La Escuela Embrujada y el Secreto del Virus Solanum

Fantasy 7 to 13 years old 2000 to 5000 words Spanish

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El sol brillaba tímidamente esa mañana, iluminando El nombre de la primaria es: "Los Pequeños Sabios". Era un día como cualquier otro, lleno de risas y juegos, hasta que… llegó un paquete.
En la sala de maestros, la curiosidad era palpable. Con cuidado, la directora abrió el misterioso paquete, revelando un extraño dispositivo de metal con luces parpadeantes. Inmediatamente, el subdirector, un hombre corpulento y algo paranoico, exclamó: “¡Es una bomba! ¡Rápido, llamemos a la policía!”
Mientras la directora intentaba marcar el número de emergencia, el dispositivo emitió un silbido agudo y liberó un gas verde y denso que inundó la sala. En cuestión de segundos, todos los presentes cayeron al suelo, muertos.
Minutos después, el profesor de música, el joven y despreocupado Andrés, entró a la sala de maestros. Lo que vio lo horrorizó. Los maestros yacían inertes en el suelo, sus rostros contraídos en muecas de terror. Presa del pánico, intentó tomar su celular para llamar a la policía, pero…
De repente, uno de los maestros se movió. Luego otro. Se levantaron lentamente, sus ojos inyectados en sangre, sus movimientos torpes y antinaturales. Gruñidos guturales escapaban de sus gargantas. Andrés retrocedió horrorizado al darse cuenta de que esos ya no eran sus compañeros. Eran… ¡zombis!
Los maestros zombificados se abalanzaron sobre Andrés. Luchó con todas sus fuerzas, pero era inútil. La horda de no muertos lo abrumó, mordiéndolo y rasguñándolo hasta reducirlo al silencio.
La pesadilla apenas comenzaba. Los maestros zombis salieron de la sala en busca de nuevas víctimas. Los pasillos de la escuela, antes llenos de alegría, pronto resonaron con gritos de terror y el eco macabro de los gemidos de los no muertos.
En medio del caos, seis niños – Sofía, la inteligente; Martín, el valiente; Lucía, la creativa; Tomás, el bromista; Valentina, la tranquila; y Pablo, fanático de los zombis – lograron refugiarse en un salón de computación. El salón es de un lugar para enseñar los chicos como pueden manejar mejor la technologia. El salón tenía vidrios opacos, diseñados para proteger los equipos de reflejos molestos y asegurar la concentración, que permitía a los alumnos en su interior ver hacia afuera, pero impedía la visión desde el exterior. Fue un escondite perfecto.
Con manos temblorosas, Martín y Tomás arrancaron la puerta, utilizando pupitres y sillas como barricadas improvisadas. Sofía, siempre la más sensata, intentaba calmar a Valentina, quien temblaba de miedo.
Pablo, con los ojos muy abiertos por la adrenalina, pero extrañamente emocionado, sacó su teléfono celular. Contra todo pronóstico, aún tenía señal en su celular y vio las noticias. Buscó desesperadamente información sobre lo que estaba sucediendo, pero no había reportes de lo que estaba pasando en otras áreas así que debe estar sucediendo en la escuela solamente. Su rostro se ensombreció.
“Chicos”, dijo Pablo con voz temblorosa, “Esto es… es un apocalipsis zombi. ¡Un verdadero apocalipsis zombi!”. Los demás lo miraron incrédulos.
“¡No seas ridículo, Pablo!”, exclamó Lucía. “Esto no es una película”.
“¡Pero es verdad!”, insistió Pablo. “Lo sé todo sobre esto. He leído todos los libros, he visto todas las películas…”.
Respiró hondo e intentó ordenar sus ideas. “Según los expertos”, continuó, “existen cuatro clases de brotes zombis”.
“Clase 1: Es un brote leve, normalmente en países del Tercer Mundo o en zonas rurales del Primer Mundo. El número de zombis para esta clase de brote oscila entre uno y veinte.
“Clase 2: En este nivel de brote se incluyen las zonas urbanas o las zonas rurales con alta densidad de población. El número total de zombis oscilará entre veinte y cien. Las víctimas humanas llegarán a ser hasta varios cientos de personas.
“Clase 3: Una crisis de verdad. Los brotes de clase 3, más que cualquier otro, demuestran la amenaza real a la que nos exponen los muertos vivientes. Los zombis son miles y abarcan una zona de varios cientos de kilómetros.
“Clase 4: Este ya sería el Día del Juicio Final. La humanidad al borde de la extinción. No hay gobierno que valga, solo muerte y devastación...”, explicó Pablo, los ojos fijos en la puerta, como si pudiera ver a los monstruos al otro lado.
“¿Y en cuál estamos nosotros?”, preguntó Martín, con un hilo de voz.
Pablo tragó saliva. “Considerando que solo está sucediendo aquí en la primaria… y por ahora parece limitado a maestros y quizá algunos alumnos… Yo diría que estamos en un brote de Clase 2, acercándonos peligrosamente a la Clase 3.
El silencio se apoderó del salón. Afuera, los gemidos y los golpes sordos contra la puerta se intensificaban. Los niños sabían que pronto tendrían que tomar una decisión. Sobrevivir en un apocalipsis zombi no era tarea fácil, pero con la sabiduría de Pablo y la valentía del grupo, tal vez, solo tal vez, tendrían una oportunidad.